Para elegir una carrera una persona sensata diría que se debe empezar por preguntarse qué profesiones son las mejores pagadas o las que tienen más prestigio social. Sin embargo, ese podría ser un error.
Por: Pablo Cateriano
¿Trabajas en algo vinculado a la carrera que empezaste a estudiar en la universidad? Yo no. Cuando escogí la carrera que supuestamente iba a seguir tenía apenas 17 años. Las preguntas que me hice entonces fueron muy distintas a las que me plantee años después, cuando decidí dejar lo que había elegido inicialmente. Recién terminado el colegio privilegié, en orden de importancia, el prestigio de la profesión, el dinero que podría ganar, las oportunidades laborales que tendría y, finalmente, mis gustos o condiciones personales que suponía me servirían para desempeñarme con éxito en la actividad. Es así como, tras mezclar todos esos factores, decidí ser abogado.
“La carrera no tenía mayor reconocimiento. Es más, mucha gente no sabía que existía. En los ochentas la Universidad de Lima era la única con esa carrera”
Pero como no ingresé a Derecho a la primera, postulé a Economía, que me sonaba tan importante como la abogacía. Entré. Sudé la gota gorda con los cursos de matemáticas durante año y medio. Tenía -me resulta claro ahora- una idea muy equivocada de lo que era esa carrera. Mi fórmula para sacar buenas notas en el colegio tampoco funcionó en la universidad: a pesar de reunirme con los alumnos más aptos para los números, y pagar profesores particulares para que me ayudaran, no pude con los cursos. Los cuestionamientos que me hice entonces para encontrar otra nueva carrera fueron los mismos, pero en orden inverso. Me pregunté en primer lugar, ¿qué aptitudes tengo, qué me atrae y para qué soy bueno. Luego, ¿hay trabajo?, ¿pagan bien? Y, por último, ¿tiene prestigio social? La carrera que me sedujo, Ciencias de la Comunicación, no tenía mayor reconocimiento. Es más, mucha gente no sabía que existía. En los ochentas la Universidad de Lima era la única particular con esa carrera. Y, para colmo, se creía, con razón (casi el 75% de estudiantes eran chicas), que era una profesión de mujeres. Esto último, obviamente, fue lo mejor. Por otro lado, como los diarios fueron devueltos a sus antiguos propietarios y se crearon nuevos canales de televisión, había muchas oportunidades para los alumnos de la facultad pionera. El tema del dinero lo pasé rápido pues estaba claro que no habría mucho. Lo que terminó por engancharme sin duda fue la posibilidad de estudiar algo que vaya con mi espíritu personal, que me facilite técnicas para saciar mi curiosidad y para contar las historias, sin nada de números y promoviendo mi creatividad. No me arrepiento de la elección. Fui feliz en la universidad pero ahora lo soy más. Y aunque no soy bueno con las matemáticas, me queda claro que para elegir una carrera profesional el orden de los factores si altera el producto final.