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Por Pablo Cateriano

Julio 10, 2018

- 2 min. de lectura

En búsqueda de una maestría

No recuerdo a un compañero en la universidad pensando en seguir un máster. Por aquel entonces los militares acababan de irse del gobierno (tras doce años de atropellos) y los civiles empezaban a gobernar un país prácticamente devastado, con una enorme deuda externa y un aparato estatal inmenso. El sueño para todos nosotros -los jóvenes de entonces- era solo uno: encontrar trabajo.

Hace unos días tuve el deleite de acompañar a mi hijo mayor a su graduación en Boston, una ciudad encantadora que tiene más de cuarenta universidades de primer nivel. Y que, por añadidura, acoge prácticamente a un ejército de jóvenes que pugna por aprender de todo, todos los días. Entre ellos, decenas de peruanos (y acaso centenares) que llegan con sus propios recursos o becados. El ambiente que se vive es sosegado, serio, pero también reconfortante. Me queda claro que el verdadero sueño de los jóvenes hoy es otro: estudiar un máster.

La oferta es vastísima, en especialidades y costos. Lo que no hay más bien es una receta única para empezar. La mayoría, sin embargo, prefiere iniciar sus estudios de maestría tras unos años de ejercicio profesional. Y obtener un MBA como primera opción. En lo que prácticamente hay unanimidad es en que cada vez se siente mayor necesidad de seguir uno.

Una maestría no es precisamente la llave mágica, que garantiza el éxito profesional. Pero sí puede ser la herramienta clave para asumir nuevos retos. Más aún, en momentos como el actual, en los que la competencia es grande y el conocimiento especializado juega, cada vez, más roles decisivos.

Pero, al margen de las clases, de las horas o planes de estudio, de los trabajos que se requieren para acabar un master en cualquier lugar del mundo, me quedo con la experiencia de vida. Y es que -vía electrónica-, a través de vídeos, audios, fotos, textos, prácticamente he experimentado mi propia maestría a lo largo de más de un año y medio, disfrutando  las historias de Pablo con sus compañeros chinos, turcos, norteamericanos y peruanos. Siento que he viajado, conversado, y aprendido con ellos, hasta entenderlos, y por qué no, conocerlos mejor. Otro tema relevante: ha sido la oportunidad de vivir el día a día en inglés y en la primera potencia del mundo. Oportunidad que además fue premiada con una experiencia laboral en una gran empresa.

A estas alturas -espero- queda claro que acabo de terminar mi máster. Aunque nunca asistí a curso alguno, ni tuve que matricularme (y menos pagar) o acostarme tarde estudiando. Ha sido suficientemente enriquecedor para mí vivir intensamente todo lo que me contaban en detalle. Y más gratificante aún mirar emocionado a uno de los míos recibir “mi” diploma de orgulloso el día de “nuestra” graduación.